Obra literaria


Objetos de ida y vueltaObjetos de ida y vuelta

Disponible como libro en papel de tapa blanda en: https://www.amazon.es/Objetos-ida-vuelta-Ana-Muñoz/dp/150896632X/

 

PRIMERAS DOS PÁGINAS)

 

EL ABECEDARIO DE PUNTO DE CRUZ

 

 

En el grueso álbum de fotos que Adelaida había ido engordando a lo largo de su vida, acabando por descuadernar completamente el lomo y gran parte de las hojas, no existía la niña que un día supuestamente fue. Sus tres hermanas tenían al menos una muestra, dos a lo sumo, de cómo eran sus caritas redondas o sus gestos sonrientes o enfurruñados. Pero en su álbum, la primera fotografía en la que aparecía Adelaida era una hecha en el estudio de algún fotógrafo, de medio busto, junto a sus tres hermanas. En ella ya tenía 14 años y sus hermanas eran todas ellas muchachas casaderas. Seria y quizá un poco asustada delante de la cámara, su rostro revelaba toda la inocencia de su edad, pero la gravedad de su mirada indicaba la carga de responsabilidad que ya tenía, recién emigrada del pueblo a la ciudad con sus hermanas, lejos del hogar paterno, enfrentada ya a una vida autónoma.

Después venían las fotografías de su juventud, paseando con sus hermanas o ya del brazo del que se convirtió en su marido y, en seguida, las primeras fotos de sus hijos y numerosas escenas familiares de bodas, celebraciones y algún que otro viaje de veraneo.

Cuando Adelaida se casó, siguió simultaneando su trabajo doméstico con el de costurera y tejedora que había realizado de soltera, y había poco tiempo en casa para charlas y divagaciones sobre tiempos pasados, costumbres o anécdotas de la infancia. Fueron tiempos duros, en los que se trabajaba en silencio para ahorrar una energía que era muy cara de reponer.

De manera que los hijos de Adelaida poco o nada conocían de la infancia de su madre, salvo que dejó de ir a la escuela a los 10 años, cuando ya la maestra le había enseñado todo lo que sabía: leer, escribir y las cuatro operaciones aritméticas. Por otro lado, los abuelos habían muerto siendo ellos muy niños o incluso antes de nacer alguno de ellos y nada les habían contado al respecto.

En muy contadas ocasiones, como en alguna cena de Nochebuena, con la desinhibición que inducía la obligada copa de champán, Adelaida recordaba el frío que pasaba cuando era niña por aquellas fechas y vivía en el pueblo con sus padres, y lo comparaba con el calorcito tan agradable de que disfrutaban ahora, pegados toda la familia como una piña alrededor de la cocina de carbón. En aquellos tiempos, decía, yo pasaba todo el invierno con sabañones en las manos y en los pies, que no se me curaban hasta bien entrada la primavera. Y cada vez que venía alguien a vernos, tenía casi siempre la manía de darme un pellizco cariñoso en los mofletes ponderando lo frescas y sonrosadas que tenía siempre las mejillas.

 

Tras la muerte de Adelaida, no se encontró ningún recuerdo u objeto que pudiese evocar su etapa infantil, salvo un abecedario bordado con hilo rojo en punto de cruz sobre un trozo de basta arpillera que ella había guardado entre la ropa blanca del armario grande, sin haberlo enseñado nunca a nadie. Como remate y firma de la primorosa labor, se leía, bordado con el mismo hilo rojo que el resto de la muestra, su nombre y la fecha de realización, revelando que tenía tan sólo 8 años cuando  bordó aquel paño en su pueblo natal. Quizá Adelaida supiera, desde siempre, que lo único que iba a perdurar y ser importante a lo largo de toda su vida sería la extraordinaria minuciosidad y limpieza con las que aprendió a coser y siguió haciéndolo durante toda su existencia.



 



 
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